Francisco López Rupérez
Director de la Cátedra de Políticas Educativas
Universidad Camilo José Cela
Las reformas educativas –en su condición de procesos de cambio de las correspondientes políticas que se producen a instancias de alteraciones del contexto social, político o económico– constituyen fenómenos altamente complejos. Su componente propiamente política está asociada, por lo general, con la importancia que las sociedades atribuyan a la educación. Algunos autores[1] han identificado hasta cinco dimensiones -la cultural, la psicológica, la profesional, la institucional y la política- del cambio educativo. Otros[2] hemos descrito un racimo de condicionantes metapolíticos de las políticas educativas. En dicho racimo se incluyen los condicionantes ideológicos, los condicionantes epistemológicos –referidos, en este caso, a las relaciones entre conocimiento y realidad–, los condicionantes psicológicos y las interacciones entre todos ellos. A pesar de esa pluralidad de perspectivas que admiten las reformas educativas, en este artículo voy a apostar por su enfoque racional, aún a sabiendas del carácter parcial de esta aproximación.
Algunos porqués
En los tiempos que corren, de dictadura de lo políticamente correcto y de invasión acelerada de la posverdad[3], tiempos en los que la herencia del pensamiento ilustrado se ha puesto en solfa, resulta imprescindible apostar por la racionalidad como eficaz instrumento, de validez probada, para la mejora de los individuos y para la mejora de la sociedad[4].
Al anterior argumento se suma otro con implicaciones notables sobre el grado de éxito de las reformas educativas. Y es que, junto con su interés tanto en el orden epistemológico como pragmático, el enfoque racional de las políticas –o de las reformas educativas– constituye, en nuestro país, un medio insuficientemente explorado para conseguir su estabilidad.
El hecho de que las reformas se soporten en una base racional facilita su explicación, su justificación y su consiguiente aceptación por parte de la sociedad, así como el que puedan ser compartidas –cuando menos tácitamente– por diferentes opciones políticas. Aunque, con toda probabilidad, no constituya una condición suficiente de la estabilidad, el enfoque racional de las reformas educativas es, desde luego, una condición necesaria. En las sociedades democráticas, una reforma educativa arbitrista, basada en ocurrencias o cargada de ideología –es decir, construida sobre una visión de la sociedad, de la persona y de sus relaciones insuficientemente compartida–, está avocada a su derogación tan pronto el cambio político lo aconseje y lo permita.
Uno de los rasgos políticos, tan grueso como reiterado, de las reformas educativas españolas en el último cuarto de siglo ha sido, precisamente, su inestabilidad. En los últimos veinte años, se han promulgado cuatro leyes orgánicas educativas de ordenación general con una vigencia, en promedio, de tan solo seis años. Sin embargo, y de acuerdo con la evidencia disponible aportada por estudios académicos, las reformas educativas precisan de un periodo del orden de diez años para que produzcan los efectos deseados.
Cabe, en lo que sigue, centrar la atención en cinco recomendaciones generales, que se alinean con esa perspectiva racional de las políticas educativas. Tales recomendaciones emergen del análisis de las buenas prácticas de aquellos sistemas educativos que han sido capaces de cambiar, a mejor, en las últimas décadas, y que son considerados por los organismos internacionales como países de alto rendimiento.
Para conocer las recomendaciones realizadas por el autor pinchar para ver el artículo completo.
[1] Reimers, F. (Ed) (2021). Propuestas educativas audaces. La transformación de los objetivos de los sistemas educativos desde los Gobiernos. Madrid: UCJC-Stamp.
[2] López Rupérez, F. (2021a). La gobernanza de los sistemas educativos. Fundamentos y orientaciones. Madrid: Narcea Ediciones-UCJC Stamp.
[3] Villanueva, D. (2021). Morderse la lengua. Corrección política y posverdad. Madrid: Espasa
[4] Pinker, S. (2021). Racionalidad. Qué es, por qué escasea y cómo promoverla. Barcelona: Paidós.